Por Amaury Sánchez
Claudia Sheinbaum va por la baja de tasas en serio. ¿Responderán los bancos o se harán los oxidados?
No es que uno quiera andar de metiche en los asuntos del billete ajeno, pero cuando los bancos cobran intereses que parecen castigo divino y uno se entera que Banxico ya le bajó dos rayitas a la tasa de interés, pues sí dan ganas de gritar como vendedor de tianguis: “¡Ya bájenle, patrón, que ya no aguanta la raza!”
Y ahí entra la presidenta científica, Claudia Sheinbaum, quien con bata colgada en Palacio Nacional y cálculo diferencial en la mente, le pidió al secretario de Hacienda, Edgar Amador, que se lanzara a conversar con los banqueros. Nada de regaños, solo una sugerencia diplomática: “Queremos tasas más bajas, pero sin incendiar la inflación. Se puede, ¿no?”
Banxico ya hizo lo suyo. En marzo bajó la tasa de referencia al 9%, después de tenerla estacionada en su Everest histórico del 11.25%. Y aunque uno pensaría que los bancos seguirían la señal divina, la realidad es que el crédito para mipymes sigue más caro que los aguacates en Super Bowl.
Así que Sheinbaum, muy en su papel de presidenta-ingeniera, se alista para su primera participación en la Convención Bancaria, ese desfile de trajes bien planchados y cafés carísimos. Y va con datos duros: solo el 14% del crédito empresarial llega a las mipymes, aunque estas generen 8 de cada 10 empleos en México.
¿La meta? Que para 2030, el 30% de estas empresas tengan acceso al crédito formal. Un objetivo noble, sí, pero que requiere más que discursos: implica que la banca baje sus exigencias, flexibilice sus procesos y, sobre todo, se anime a apostar por los pequeños negocios.
Y claro, no todo es culpa del banquero. La informalidad y la baja educación financiera también juegan su parte. Pero como bien dice la ABM, hay espacio para acuerdos: desde banca de desarrollo más agresiva hasta cambios regulatorios que no pidan actas de nacimiento del abuelo para soltar un préstamo.
Porque sin crédito, las mipymes —las fonditas, los talleres, las microfábricas— no crecen, no contratan, no innovan. Son el corazón económico del país, pero con colesterol financiero. Si la banca no les inyecta oxígeno barato, el desarrollo se queda en PowerPoint.
Así que la presidenta no está lanzando una ocurrencia de sobremesa, está proponiendo un cambio estructural. Un pacto económico. Una redistribución del riesgo que permita que más mexicanos, no solo los de traje y corbata, accedan a los recursos para emprender.
La pelota, ahora, está del lado de los banqueros. Tienen hasta el 9 de mayo para decidir si quieren ser aliados del desarrollo… o seguir vendiendo créditos a tasas que dan taquicardia.
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