Por Manuel Gutiérrez
En 1962 mi padre llegó con 3 días de anticipación un vale del trabajo, para conseguir dos uniformes color caqui, con las siglas AGYDSA, en una de las bolsas, un uniforme sin nada de imaginación, que lo mismo era de un conscripto, pero que representaba tener ropa de trabajo por el siguenteaño. Su ropa la lavaban con sosa caústica, no había de otra,no existía Ariel.
La ropa de trabajo se manchaba con el aceite y la grasa, del negocio de hacer aceite de cártamo, y de otras oleoginosas, que son olorosas, con un aroma penetrante, pero para mi eso significaba que mi padre llegaría al Maxi Minerva a comprar comida, y entre ellos chocolates Larín, azul, rojo y verde…entre otras delicias y cosas de la modernidad como era el jamón, y el pan Bimbo.
La tienda elegida era en Mexicaltzingo, porque la empresa tenía su domicilio ahí, cuando se cambió al confín de la galaxia, quedó en el KM8 de la carretera a Nogales, es decir detrás de la CANACO y frente al tradicional Camino Real.
Eso implicaba una jornada de pedaleo, demasiado exigente. Agotadora. Imposible. Así que todo se redujo a usar dos camiones, un circunvalación azul a la Minerva y otro para el resto. Pero eso fue después.
Eran años de desarrollo estabilizador, empleos seguros y un salario que alcanzaba no para lujos, pero si para periódicamente seguir construyendo nuestra casa. Yo no construí encima, ni esperaba escrituras por ello, como ofrecen los de Morena.
Además gozábamos del IMSS si había medicamentos y te atendían bien (y no era Dinamarca 4T) y yo asistí a una escuela urbana del estado, la 4, “Lucio Blanco” con mucho orden y maestras exigentes, que era una casa monástica adjunta a San Sebastián, y que lástima, fue demolida para sustituirla por un edificio moderno de cemento sin chiste, ni gracia. El convento era fabuloso, con su patio central, su amplia escalera, las grandes aulas, digno de haberse preservado.
Pero íbamos rumbo al primero de mayo. Junto a la Colonial, sede del paraíso de juguetes que todavía vive, y en mi infancia era espectacular, solo competía con Woolworth, en 16 de septiembre y Juárez.
Ahí había una tienda denominada “Las Tres Luces” frente a un enorme abarrote denominado el Golfo de México, y muchas mercerías que frecuentaba mi madre, así como el menudo de Pachita, los domingos religiosamente.
Una vez encargados y recogidos los uniformes, incluyendo zapatos que eran boleados hasta brillar, y con su fiel sombrero tipo panamá, mi padre estaba listo para desfilar el primero de mayo. Ese año, Patricia Conde era la novia de México.
Según Selecciones que la nombró, y competía (antes de Rodolfo de Anda, que se la robó y casó) con Angélica Maríapero no cantaba, era una actriz natural, representaba inocencia y belleza.
Así que pedí que me llevaran a ver la parada del 1 Mayo por“Los Mártires de Chicago”, me recetó el discurso mi padre, me los imagine victimados por malosos con ametralladora, como en los Intocables.
Por principio existía un templete con techo de lona, en que estaba Pancho Medina, el gober, si mi memoría no falla, también el gran Pancho Silva, salvador de mi padre en el parque Oro, cuando por llevar naranjas para comer en el partido de su amado “Nacional”, de Mexicaltzingo, fue detenido y las naranjas incautadas por la Policía.
Para un pobre eso era demasiado y además eran la comida del día. Así que opuso resistencia, forcejeó y los cuicos determinaron que era rebelde y que pasaría a chirona, con todo y multa por resistirse a la “autorida”.
Cuando en eso llegó Pancho Silva Romero, con su sequito. “¡Pancho, Pancho!” gritó mi padre y líder benefactor, se detuvo. ¿Qué pasa con el compañero?, les preguntó a los policías, que dijeron que era resistente a la “autorida”.
Mi padre alegó que eran sus naranjas para comer, -no para lanzar a otro sitio que no fuera su estómago- y Pancho, pronunció su fallo: “Compañeros, nos quedamos detenidos todos, en solidaridad con el compa aceitero”.
Los Polis, cambiaron impresiones en tanto el líder se secaba el sudor quitándose su texana Stetson, con un formal traje de casimir. Y el comandante dijo: “De ninguna manera, el compañero se va con ustedes a ver el futbol, pero sin naranjas” a lo que Pancho estuvo de acuerdo.
Entre miradas de rencor, mi padre entró al escenario de futbol, pero no iba a la misma localidad que Pancho. Vaya a su grada, compañero, está servido, le dijo Pancho con una palmada en el hombro y el liberado levitaba.
Mi padre dedujo que sin esa protección a la salida, sería otra vez detenido y optó por salir por piernas antes de que terminara el partido, como fantasma.
Pero esas historias me hicieron entender que yo era hijo de obrero, y que los obreros eran los favoritos del sistema, y que el sindicato era un órgano defensor de los trabajadores, que sin ellos sería devorados por los malvados capitalistas del PAN. Los sindicatos buenos eran del PRI, dedujo mi padre y más porque ahí estaba la CROC y la CTM de Don Helio Hernández Loza.
Asi, fui a la soleada parada, aunque eran las diez de la mañana. Empezó formal con bandas de guerra, contingentes dorados como los del sindicato electricista, bien vestidos y bien organizados, con tambores y cornetas a todo pulmón.Luego miles de trabajadores muchos con pancartas de saludos, de agradecimiento o promesas de lealtad eterna al líder.
Como si fuera el Politburo, -sabía que existía por Selecciones del Readers Digest, del que fue mi padre suscriptor eterno, ahí con el gober estaban rígidos militares con muchas estrellas, banderitas y ornamentos del género. Y los líderes del proletariado- desde luego no los comunistas para los cuales estaba vetado el desfile – después supe que hacían su marchita marginal-
Y todos estábamos en comunión con el presidente Adolfo López Mateos, que nos salvó del comunista rielero Demetrio Vallejo, lo que causó grandes polarizaciones en la familia, con sus subversivos rieleros que dieron un coup de etat, paralizando los trenes una semana santa.
Lo que pasaba en Jalisco, era en escala de lo que se pasaba en México. Luego de los contingentes cremosos como los telefonistas, y otras hordas doradas, comenzaron a desfilar eso si ya sin orden, sin formación, sin paso militar, trabajadores de todos colores distinguibles por el uniforme, que ese tiempo decía quién eras, de que vivías, y a que le tirabas.
Los pepsicolos, también eran fastuosos, tenían un sindicato que los chiqueaba tanto que les tenía un hotel de playa para que fueran de vacaciones. Esas prestaciones sonaban increíbles, pero creo que estaba el salario mínimo, regla de oro para el desarrollo de la época.
Salario, no mucho que cause inflación, no tan poquito que no alcance, un poquito para que medio-ahorren, y coman de menos tres veces al día. La noche era de leche con un pan.
Pero aquello era interminable, y los contingentes pasaban uno tras de otro, ya en bola, contentos, mascando cliche,fumando y tomando refrescos, de plano – entonces era muy cool echar humo, todo un símbolo de status, más si eran de carita (Raleigh) no Delicados.
Mi padre era del Prado, tabaco muy fuerte que una vez probado nunca lo toqué, yo me volví sofisticado y comencé la adicción por el contrabando, en tiempos juveniles, consiguiendo Marlboro.
Por fin entre tantas bolas, vi a mi padre desfilar sonriente, saludando a sus amados líderes, a sus gobernantes revolucionarios que se desvivían por hacer obra pública durable y por los beneficios del nuevo régimen, sin discusiones y fin de la asoleada, a la nevería la Violeta, con un vaso de helado, y eramos felices.
En México, en tanto servicios médicos de urgencias en las empresas grandes desfilaban con ambulancias, equipos contra incendios, equipos de seguridad, una cultura que empezaba apenas en las fábricas. Grandes alardes de poder sindical y eran la columna del sistema.
Los trabajadores señalaban patrones buenos, por ejemploSalvador López Chávez, o los Collignon, que hacían posadas con regalos, unas tres comidas abundantes por año, con todo y familia adjunta, etc. y prestaciones, y hasta más.
Los patrones de Agydsa eran españoles, que lo único quesabían repartir luego de un exiguo reparto de utilidades, palmadas mientras pronunciaban elogios ininteligibles sin soltar el puro. Pero una vez se pasaron de rosca, mi padre protestó y fue despedido eso de no empacar 900 cajas de aceite al día no era para humanos en un turno.
Esa tarde fatal, mi padre pensó que el mundo terminaba. Que no comeríamos al día siguente, y lo animé a ver el estreno en el Cine Río, del “Día más largo del mundo” con un reparto multiestelar y a mi padre le gustaban las cintas de guerra que rebeldía en medio de la crisis.
Esa noche, se conformó con su destino. Lo despidieron, pero fue protestar al sindicato y su planteamiento fue de “quiero mi trabajo”. Las gestiones sindicales prosperaron, pero le advirtieron que la iba a pasar muy mal, que mejor lo liquidaran. “No, quiero mi trabajo”.
Y así fue, se ensañaron. Lo degradaron de su departamento de calderas en que gozaba de gran experiencia, a descargar furgones de tren. Las jornadas se hicieron crueles, pero mi padre no renunciaba, pasara lo que pasara. Eso lo aprendí también.
Al cabo de un año, Dios, perdón el Patrón, bajó con los mortales y se dirigió a mi Padre. “Eres un hombre de verdad. Regresa a la caldera. Eres un buen trabajador y te respeto” palabras más, palabras menos, con la palmadita indispensable y asunto terminado.
Y así mi padre siguió trabajando, hasta lograr su jubilación. Su vida de constancia le redituó con su casa propia, un hijo único medio inútil, -(yo)- y cuando ya en el retiro lamentabacon mi madre: “En la mesa hay fruta, hay pan, hay comida, hay carne. Ahora que ya no puedo comerla –motivos de salud- así es este mundo, me acuerdo cuando pasabamoshambre”.
Esa variable existía en ese tiempo, disminuyó en los sesentas, cuando era niño, pero hubo años muy duros, de carencias, el traje de Cantinflas, era normal, aunque ahora no me lo crean, y había hambre y en ocasiones adversas, se usaban parches y medias suelas, se comían tortillas duras, Steinbeck se quedaba corto.
Todo fue fruto del esfuerzo, que acumuló pequeños ahorros. Incluso su primera cuenta de banco, todo un acontecimiento. Y alguna vez, logramos tener telefono, y televisión propia,muchos gansitos, me tocó la era de la prosperidad y ser universitario y llegue a tener mi primer carro.
Cuando en la prepa escuchaba hablar pestes del sindicalismo mexicano, del Congreso del Trabajo, de Fidel Velázquez, y ensalzar a los del Partido Comunista, supe que mucho debimos agradecer de la estabilidad nacional a esos dirigentes charros, les decían.
Con el tiempo ya periodista, acompañe a Salvador Ceballos y Juan García, del Sutaj como prensa para pedirle en Calpulalpan, en el edificio CTM, a Don Helio un cañón de riego para el campo del beisbol de la Intersindical, aquella liga legendaria, poderosa.
Así, entre con ellos, al círculo de los meros picudos que no supe quiénes eran. Don Helio llegó con sus escoltas en un Mercedes gris. Pasamos a una sala. Increíblemente la sesión en que había un montón de puntos a discutir, desde contratos colectivos, salarios, asuntos con el gobierno federal y estatal, y en medio de todo, los beisbolistas.
La junta comenzó un rezo a la Guadalupana que casi fue medio rosario. Decían que era masones, pero sin duda guadalupanos.
Luego las cabezas del poder obrero se congregaron. Helio comenzó a resolver laberintos, en forma directa, como algo simple. “Esto va, esto no va, hagamos esto otro”. Escuchaba opiniones, centraba el tema, sus ojos negros en lentes bifocales, miraban a cada seriamente al expositor y finalmente una vez que resolvía, terminaba el asunto.
Cuando llegó el turno de Ceballos con gran tacuche y García, con una camisa blanca perfecta, le pidieron el sistema de riego.
Don Helio, les contestó, “No necesitaban ni venir, hecho, yo me encargo, me hubieran llamado por teléfono, pero ya que están aquí… Les encargo que atiendan bien a la prensa… el domingo te caemos al partido de las 13:30, que espero sea el mejor, ya sabes: Cerveza, botana, fruta, y que no nos interrumpan” y hacía don Helio su lista de invitados, era su casa deportiva.
El estadio tenía una suite privada en el centro de todo. Juan García se aseguraba de la comodidad de los ilustres visitantes.
En realidad era un palco subterráneo que daba atrás del home, veían a Miguel Corona, el umpire cantar para ellos en primera voz, en el centro del estadio hoy Hernández Loza, pero creo que ni eso sobrevivió, ahora es COMUDE.
El acceso era independiente, pero hasta Marcos Montero,legendario Alcalde, iba al parque ver al Tlaquepaque, y como muestra de respeto, retiraban la ruleta que operaba públicamente, para recaudar fondos para el deporte y el estadio el béisbol era caro, y en la Intersindical, una religión, y Juan era su profeta y Marcos comía cacahuates nueve entradas.
Ahí los dirigentes de los sindicatos, veían su juego, sus equipos de fábricas, apostaban amistosamente, sin apuros, se emocionaban, decían algunas palabrotas, fumaban como chacuacos, tomaban cerveza y más de alguien llegaba con asuntos urgentes a tratar y yo era invitado a ver el juego desde arriba.
Yo los ví era real. Luego Juan me invitaba al palco junto al micrófono a seguir viendo el juego, sin límite de cerveza, asílo mandó Don Helio, después de todo necesitaba la nota de béisbol, así eran los primeros de mayo y la vida sindical de entonces, nunca tan poderoso como el México de 1930 a 1980, cuando los trabajadores creían que eran la fuerza que movía todo, con sus sindicatos y sus líderes, personajes y me habían enseñado que eran amigos del obrero, mueran los patronales; hoy ya ni desfile hacen, son solitarios como sombras del pasado.
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