Gabriel Torres Espinoza
Las elecciones presidenciales en Ecuador de 2025, no pueden entenderse sin atender a la arquitectura política que las hace posibles. Un sistema presidencialista con segunda vuelta electoral, que desde su diseño busca dotar de mayor legitimidad democrática a quien asume el poder ejecutivo. Sin embargo, el reciente proceso electoral ha expuesto los límites y tensiones de ese modelo, cuando se combina con una crisis institucional prolongada, polarización política extrema y violencia desbordada.
Ecuador es uno de los 13 países en América Latina que aplica el balotaje o segunda ronda electoral. Un mecanismo que permite a los votantes redefinir su preferencia entre las dos candidaturas más fuertes en una ‘segunda vuelta’. En teoría, este sistema favorece el consenso y la gobernabilidad. En la práctica, sin embargo, puede generar alianzas forzadas y una historia electoral construida más por descarte, que por convicción. La contienda entre Daniel Noboa y Luisa González encarna ese dilema. Más que una confrontación entre programas, fue una pugna de legitimidades. El heredero del “orden” contra la representante del “Estado social”.
El actual presidente, Daniel Noboa, se posicionó como una figura de acción, dispuesto a imponer autoridad, incluso a costa del marco institucional. Desde la disolución del Congreso en 2023 —una decisión legal pero controversial— hasta la intervención de una embajada extranjera para detener a un opositor, su liderazgo ha tensado los márgenes del presidencialismo ecuatoriano. La suspensión de la vicepresidenta Verónica Abad, su rechazo a pedir licencia para hacer campaña, y el nombramiento de una “vicepresidenta encargada”, son signos de un poder que se aferra a sí mismo, incluso a costa del equilibrio entre poderes.
La paradoja es evidente. El presidencialismo con segunda vuelta buscaba fortalecer al Ejecutivo, pero el resultado ha sido una hiperconcentración del poder en un entorno de institucionalidad frágil. La herramienta del ‘balotaje’ ya no basta para garantizar consensos; es apenas un respiro democrático en medio de un ajedrez político minado por desconfianzas.
El desafío para Ecuador no es solo renovar la presidencia, sino restablecer las reglas democráticas.
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