Por Amaury Sánchez
Ayer, en el corazón de Jalisco, tierra del agave y cuna del tequila, se dio cita un grupo de hombres y mujeres cuya labor silenciosa sostiene una de las industrias más emblemáticas de México. Era una mañana que prometía algo más que palabras: una esperanza para los pequeños productores de agave. Bajo la guía del delegado federal de la SADER, Lic. Alfredo Porras Domínguez, el mensaje fue claro: primero los pobres, primero los campesinos.
El Grito de los Pequeños Productores
El agave, ese regalo de la tierra que se transforma en tequila, lleva años siendo fuente de riqueza para unos cuantos y motivo de preocupación para muchos. Los pequeños productores, guardianes de esta planta milenaria, han visto cómo los precios caen, cómo sus cosechas se convierten en números rojos mientras las grandes casas tequileras continúan engrosando sus bolsillos.
La reunión de ayer representó algo más que una mesa de trabajo; fue un escenario donde los campesinos alzaron la voz contra el olvido. Frente a ellos, el Lic. Porras se atrevió a proponer lo que muchos consideran una revolución en el sector: garantizar que la compra del agave priorice a los pequeños productores, excluyendo de la ecuación a los coyotes y a quienes han lucrado a costa de la desesperación ajena.
La Dignidad por Encima del Mercado
Hablar de “primero los pobres” en una industria tan compleja y politizada como la del tequila no es solo un lema, es un acto de reivindicación. Es reconocer que detrás de cada penca de agave hay un rostro, una familia, una historia de trabajo que merece ser dignificada.
El delegado Porras parece haber entendido algo fundamental: el agave no solo es un recurso económico, es un símbolo de identidad y sustento para miles de campesinos. Y si el mercado, regido por la avaricia de los grandes, no puede garantizar un trato justo, entonces es deber del Estado intervenir para equilibrar la balanza.
El Desafío de la Justicia Social
Esta propuesta, aunque valiente, no será fácil de implementar. Los intereses de las grandes casas tequileras, respaldados por instituciones como el Consejo Regulador del Tequila (CRT), representan un obstáculo formidable. Las acusaciones de monopolio, corrupción y prácticas desleales que pesan sobre el CRT no son nuevas, pero ayer resonaron con más fuerza que nunca.
La exigencia de crear un organismo de certificación independiente, fiscalizar el transporte de agave para frenar el huachicol y reformar las normativas actuales no es solo un asunto técnico. Es una batalla por el alma misma de la industria tequilera, una lucha para devolverle su esencia: ser un producto 100% mexicano, nacido de la tierra y el esfuerzo campesino.
Un Camino para Todos
En un país donde las desigualdades se reflejan hasta en lo que bebemos, la decisión de priorizar a los pequeños productores es también un acto de humanidad. Porque el tequila, ese líquido que nos representa en el mundo, no puede seguir siendo el fruto del abuso y la explotación.
El reto ahora es transformar esta promesa en acciones concretas. Garantizar que los campesinos reciban un precio justo por su agave, frenar la deforestación y el agotamiento de los recursos, y, sobre todo, construir una industria que sea verdaderamente inclusiva.
Un Brindis por el Futuro
La reunión del 14 de enero no debe quedar como un evento más en la agenda política. Es una oportunidad histórica para demostrar que el progreso no tiene por qué estar reñido con la justicia social. Si se logran los cambios necesarios, Jalisco y México entero podrán brindar con un tequila que no solo sea puro en sabor, sino también en principios.
Hoy más que nunca, el agave nos recuerda que la riqueza de una nación no está en los números, sino en su gente. Y mientras los pequeños productores sigan luchando, el corazón del tequila seguirá latiendo fuerte.
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