Por Pablo Carranza*
Nunca he entendido porqué las escuelas tienen la fea política de suspender por un día, por tres días, por una semana, a los alumnos que hicieron algo mal, alguna fechoría como encender el cesto de papeles o hasta por llegar tarde. Y eso es una práctica común en escuelas públicas y privadas.
Aunque la Secretaría de Educación ha buscado tibiamente evitarlo en los últimos años -con eso de “el derecho a la educación”- muchos reglamentos escolares siguen con esas normas y hay directivos que las aplican con rigor y hasta con saña diría yo.
Y es que, para la mayoría de los infractores, que resultan ser los flojos, los no aplicados, no ir a la escuela esos días solo significa vacaciones. Resulta para ellos un premio, no un castigo; entonces la tendencia de algunos sería cometer faltas para ser suspendido, hasta inconscientemente. (Recuerdo el brillo en sus ojos y la sonrisa ladeada y socarrona, plena de satisfacción, de un alumno de secundaria cuando la prefecta le entregó la boleta de suspensión porque pintarrajeó las paredes).
A ese estudiante solo le complicaremos su desempeño académico porque, al no estar en clases se perderá el aprendizaje, se retrasará en las materias y trabajos, empeorará en sus calificaciones y como bola de nieve le facilitamos el camino a la reprobación o la deserción.
Así, al dejar al niño o joven sin clases solo entorpecemos el proceso enseñanza-aprendizaje, aunque algunos lo vean como un escarmiento para los otros, no es así de sencillo. Hay un montón de factores psicológicos y sociales atrás de las malas conductas y eso es labor de los educadores averiguarlo y resolverlo.
¿Qué hará el alumno suspendido? No creo que se ponga a ayudar al quehacer doméstico, se vaya a trabajar en algo y menos que se ponga a leer o estudiar. Seguramente se quedará en casa acostado viendo la tele o jugando videojuegos compulsivamente. Si es de secundaria o preparatoria tal vez ande de vago en la calle, con malas compañías y adquiriendo vicios, sin que los padres se enteren siquiera.
Por todo eso no le encuentro sentido a la suspensión y mejor sería que las escuelas reforzaran en mucho los llamados gabinetes psicopedagógicos, donde los psicólogos y trabajadores sociales puedan dar una atención integral y a fondo a los problemas de conducta y de aprendizaje.
Hay que buscar las causas, atacarlas de raíz, no solamente levantar el dedo índice y apuntar a la puerta de salida, porque a veces literalmente los estaremos enviando a la calle. Hay muchos estudiantes que pueden ser rescatados con soluciones creativas y para lograrlo deben estar adentro de la escuela, no afuera.
(*) Psicólogo y periodista