Por Amaury Sánchez
El destino de Morena pende de un hilo. La reforma constitucional presentada por la presidenta Sheinbaum, que buscaba erradicar el nepotismo y devolver la dignidad a la función pública, ha sido transformada en un trofeo para las mismas élites que Morena prometió destruir. La decisión de postergar su entrada en vigor de 2027 a 2030 no es solo una concesión política, es la prueba irrefutable de que dentro de Morena han echado raíces las mismas prácticas que una vez se juró desterrar. El movimiento, fundado sobre la promesa de ser distinto, está siendo contaminado por los mismos intereses que históricamente corrompieron a la política mexicana.
No se trata únicamente de la modificación de una fecha. Lo que está en juego es la esencia misma de Morena como partido-movimiento. La intención original de la reforma era clara: impedir que los cargos públicos se hereden como títulos nobiliarios y que el poder se perpetúe en los mismos linajes que han mantenido al país secuestrado por generaciones. Pero en el Senado, las negociaciones encabezadas por Adán Augusto López y las alianzas con los vividores de siempre (te hablan, Partido Verde) traicionaron ese propósito. La reforma fue retorcida para garantizar otra elección intermedia en la que los mismos apellidos y las mismas mafias puedan seguir viviendo de la ubre pública.
El caso de Ricardo Monreal y su clan es emblemático. La parentela Monreal es una dinastía política que se ha mantenido incrustada en el poder por décadas. Su hermano David gobierna Zacatecas, y ahora Saúl —quien aprobó la reforma— ya se perfila para sucederlo. El mensaje es claro: mientras el discurso oficial clama por una transformación política, las prácticas internas siguen operando bajo la lógica de la herencia y el privilegio.
La presidenta Sheinbaum, con la prudencia calculada que exige el cargo, ha tratado de justificar el acuerdo. “La política también es eso”, dijo. Pero el problema es que Morena no fue creado para hacer política “como siempre”. Fue fundado para subvertir esas dinámicas de poder, para devolver la política al pueblo y arrancarla de las manos de las oligarquías partidistas. Si Morena empieza a operar con las mismas reglas que el PRI y el PAN, su promesa de transformación quedará reducida a un eslogan vacío.
Morena está en un punto de inflexión. El problema ya no es solo la cooptación de la agenda por parte de las élites internas, sino el impacto que esta deriva tendrá sobre la base electoral. El pueblo mexicano no es ingenuo. Si en 2027 y 2030 las candidaturas de Morena están plagadas de apellidos conocidos, si las listas están ocupadas por hijos, hermanos y primos de la clase política, el voto de castigo será inevitable. Morena llegó al poder gracias a la promesa de romper con el nepotismo y la corrupción. Si fracasa en cumplir esa promesa, el desgaste electoral será devastador.
El remedio es claro, aunque doloroso. Morena necesita una purga. Urge una fumigación interna que comience por la dirigencia nacional y se extienda a las coordinaciones en el Senado y la Cámara de Diputados. Si la presidenta Sheinbaum y Luisa María Alcalde no actúan con firmeza, Morena corre el riesgo de convertirse en lo mismo que juró combatir: un cascarón político donde las decisiones se toman en función de los intereses de las cúpulas y no de la voluntad popular.
Pero la fumigación no solo debe ser institucional, debe ser moral y política. Morena debe establecer límites claros para las candidaturas: si un apellido ha ocupado un cargo público en la última década, no puede aspirar a otro. Si una familia ha hecho de la política su negocio, debe quedar fuera. Si una figura ha construido su carrera mediante acuerdos con las mafias políticas tradicionales, debe ser erradicada del movimiento.
El poder no es hereditario. Si Morena cede a las inercias de la política de siempre, si permite que las mismas dinastías políticas se perpetúen bajo su bandera, el partido quedará atrapado en una contradicción insalvable. La transformación no puede ser un simple discurso: debe reflejarse en las decisiones, en las candidaturas, en la estructura interna del partido. Si Morena no tiene el valor de romper con las viejas prácticas ahora, en 2027 y 2030 lo hará el electorado. Y el costo será irreversible.
Morena está a tiempo de corregir el rumbo. La política no debe ser un linaje. El poder debe ser del pueblo, o no será nada.
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