Por Amaury Sánchez G.
El 11 de junio no fue un miércoles cualquiera. Mientras en la radio seguían hablando de la lluvia que no llega y los precios que no bajan, en una sala —que huele a café institucional y decisiones bien peinadas— se celebró la reunión mensual de delegados federales en Jalisco. La convocó doña Lizana García Caballero, la delegada de Gobernación, una mujer que no necesita alzar la voz para que todos escuchen que trae línea… pero también intención.
El anfitrión fue Alfredo Porras, delegado de SADER, que esta vez no llevó costales de frijol ni estadísticas de maíz, sino pura hospitalidad federal. La mesa estaba servida: no con carnitas ni pozole, sino con informes, credenciales, PowerPoints y el peso simbólico de representar a la Presidencia en tierra tapatía.
Y como si fuera una especie de confesionario cívico, cada delegación dijo con voz firme: “Esto es lo que soy, esto es lo que hago, y esto es lo que puedo hacer por Jalisco”. Participaron el Servicio Geológico Mexicano (SGM), el Fideicomiso de Fomento Minero (FIFOMI) y BANOBRAS, con sus funciones mineras, sus créditos y su visión de infraestructura.
¿Suena técnico? Lo es. Pero hay algo profundamente político en que el gobierno federal diga: “Aquí estoy, no soy holograma”. En tiempos donde los funcionarios aparecen más en TikTok que en territorio, estas reuniones tienen algo casi nostálgico: como si el federalismo volviera a su infancia, a cuando los funcionarios iban al campo y no sólo al corte de listón.
La idea no es menor: con estos encuentros se quiere hacer sentir que la doctora Claudia Sheinbaum Pardo no está en un balcón del Zócalo, sino sentada —al menos simbólicamente— en las sillas de las delegaciones federales de Jalisco, preguntando con seriedad: ¿cómo estamos sirviendo al pueblo?
Y claro, uno puede aplaudir el esfuerzo… pero también preguntar, con respeto y sin afán de aguar la fiesta: ¿de verdad estos ejercicios traen resultados al ras de suelo, o se quedan en el ritual del “todos presentes”? Porque si bien es importante que se conozcan las funciones de cada instancia, más importante aún es que ese conocimiento se traduzca en soluciones concretas para el ciudadano común, ese que no sabe qué es BANOBRAS pero sí sabe que su calle lleva años sin pavimentar.
Por lo pronto, en estas reuniones hay un intento de construir puentes, aunque sea con palabras. Y eso, en un país que muchas veces se comunica a gritos o a garrotazos, ya es una forma de civilización.
Así que sí, la República se sentó en Jalisco. Y ojalá no sólo haya pedido café de olla, sino también haya escuchado los murmullos de un estado que quiere ser algo más que estadísticas.
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