Staff.- Los autoproclamados “defensores de la paz” entran en escena con palos, gritos y vandalismo.
Predican el diálogo, pero lo único que reparten son empujones. Se dicen víctimas de represión, pero su única marca registrada es la violencia con la que buscan imponer sus consignas.
Ironías de la política estudiantil, pues hoy quienes reclaman democracia son los primeros en intentar cancelarla; quienes se llenan la boca hablando de libertad, son los mismos que niegan a otros el derecho elemental de elegir a sus representantes.
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El espectáculo raya en lo grotesco, con banderas ondeadas, pero con manos manchadas de intolerancia, pancartas de paz sostenidas, mientras revientan urnas y bloquean accesos a centros de estudio.
Su discurso de “víctimas” no resiste el contraste con las imágenes que muestran su actuar.
No son perseguidos, son los perseguidores.
La Universidad no merece este tipo de pseudoestudiantes que, impunemente, vandalizan instalaciones, reclaman fumar mariguana en los planteles y buscan imponerse por la absoluta fuerza como los supuestos representantes de un estudiantado que, en realidad, exige paz, respeto y condiciones dignas para sus estudios.
Porque nada revela mejor la incongruencia que un pacifista con los puños cerrados.
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