
Por Amaury Sánchez G.
Hay regiones donde las obras públicas no son inauguraciones, sino redenciones. Sitios donde una carretera no representa solamente el tránsito de vehículos, sino el regreso del Estado a tierras que durante décadas parecieron no figurar en ningún mapa político. Amatitán, cuna de fuego líquido y tierra de promesas pospuestas, fue testigo —en estos días de junio— de dos gestos que, aunque discretos en apariencia, se inscriben en esa categoría silenciosa de los actos con peso histórico.
El Diputado Sergio Martín llegó con la figura de quien ha aprendido que el verdadero poder no se ostenta, se cultiva. Su presencia en el arranque de la carretera 613, junto al Gobernador Pablo Lemus y el Presidente Municipal Leonel Partida, no fue la de un espectador más en la ceremonia del pavimento, sino la de un mediador que ha sabido traducir el lenguaje del escritorio en beneficios tangibles para el Distrito 01.
Porque —digámoslo sin romanticismo pero con sentido de realidad— abrir una carretera hacia San Martín de Bolaños no es simplemente colocar asfalto entre montes: es romper con décadas de aislamiento, acercar al médico, al profesor y al comerciante. Es permitir que el jitomate viaje más rápido, que el enfermo llegue antes al hospital y que los jóvenes de la sierra vean en el horizonte algo más que una vereda de tierra.
El segundo acto, simbólico por donde se le mire, fue la colocación de la primera piedra del nuevo Mercado Municipal. Un mercado —en el México profundo— no es solo un recinto comercial: es el corazón de la conversación cotidiana, el punto de encuentro entre generaciones, el espacio donde el tomate rojo y la palabra fresca comparten estante. Poner la primera piedra de un mercado es mucho más que cumplir un protocolo: es devolverle a la comunidad la posibilidad de reencontrarse consigo misma, de comprar lo suyo, de vender con dignidad, de oler los chiles secos de su tierra.
No es frecuente que la política local encuentre resonancia nacional. Pero acaso sea porque los reflectores están mal orientados. Mientras en las grandes avenidas del poder se discuten macroeconomías y se estilan reformas de oropel, hay diputados que, sin aspavientos, se dedican a reconstruir los vínculos mínimos entre las necesidades reales y las decisiones presupuestales.
Sergio Martín no ha cambiado el mundo, pero ha entendido que el mundo empieza en el camino que conecta una comunidad con su vecino, en el tianguis donde una madre de familia espera vender lo necesario para llevar la cena a su mesa.
El Distrito 01, muchas veces tratado como ese rincón pintoresco al que se le visita en tiempos electorales, ha encontrado en este tipo de acciones un modesto, pero contundente recordatorio de que el futuro no llega en helicóptero ni en discursos. Llega cuando se colocan piedras con el sudor de quienes creen y se tienden puentes con la voluntad de quienes cumplen.
El porvenir, como siempre, es incierto. Pero en Amatitán —esta semana— el porvenir tuvo nombre, cara y ruta. Y eso, en tiempos donde la política suele ser humo, ya es decir demasiado.
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