Jaime García Guillén*
Para nadie es un secreto que entre el virtual presidente electo de México Andrés Manuel López Obrador y el virtual gobernador electo de Jalisco Enrique Alfaro Ramírez, existen hondas diferencias que, por la investidura de ambos, tendrán que ser superadas. No puede aspirarse a lograr el México y el Jalisco que todos deseamos, si quienes nos guían mantienen diferencias sexenales en función de intereses políticos personales o de partidos del color que sean.
Si le apostamos a que López Obrador aplaste a Alfaro, quizá, no le costaría mucho trabajo hacerlo, pero así estaría aplastando a Jalisco. Las declaraciones del político local en el sentido de que la que acaba de ganar será la última elección en la que participe, ha sido tomada por muchos, con cierta razón quizá, por aquello de que “no hagan olas” con el fin de que no se produzca un devastador naufragio en el barco cuyo actual capitán ya la hizo zozobrar.
Nadie puede negar de lo exitoso y meteórico de la carrera política de Alfaro y de su indiscutible poder de convocatoria. Que si aspira a la presidencia de México, es algo más que legítimo y para los jaliscienses que bueno que la busque sustentándola en la obra que desarrolle durante su sexenio, porque tendrá que ser del tamaño de sus aspiraciones.
Entonces, hagamos votos porque desde el primer segundo de su mandato, Enrique Alfaro arranque un programa ambicioso en favor de Jalisco y que vaya acompañado de una lucha feroz contra la corrupción como la que emprenderá a nivel nacional López Obrador. Lo ideal sería que la inicie poniendo en donde deben estar a los que han saqueado sin rubor alguno las arcas estatales.
Jaime García Guillén* Es Periodista
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