Por Amaury Sánchez G.
De pronto, como si se tratara de un golpe de luz en medio de la penumbra burocrática que tantas veces ha dejado a México en el atraso, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo anunció la inversión de 8,177 millones de dólares en el sistema de transmisión de la Comisión Federal de Electricidad.
El país entero se estremeció con una certeza: la energía eléctrica, tan cotidiana y tan invisible, estaba siendo rescatada como lo que en verdad es, la columna que sostiene la vida de cincuenta millones de hogares.
La noticia no es menor. Durante décadas, la península de Baja California fue un paréntesis en la narrativa de un México interconectado. Era como si el país estuviera unido por un largo cordón eléctrico, pero con un nudo suelto en el extremo. Ahora, con este proyecto, ese vacío se cierra, y la República se convierte en una sola red, en un solo latido.
Los números son fríos, pero detrás de ellos se esconde una transformación de carne y hueso: 275 nuevas líneas de transmisión y 524 subestaciones modernas. No son sólo torres de acero ni cables de alto voltaje que cruzarán carreteras y montañas. Son el rostro de un Estado que decide recuperar su papel, que se sacude la improvisación y el desdén con que gobiernos anteriores abandonaron a la CFE, entregándola al mercado como si se tratara de una mercancía cualquiera.
La secretaria de Energía, Luz Elena González, habló de kilómetros de red, de transformadores digitales, de sensores móviles. La directora de la CFE, Emilia Esther Calleja, de cinco mil trabajadores recorriendo el país, subiendo a torres, reparando fallas, cuidando que la electricidad no falte ni un segundo. Pero el verdadero fondo es otro: el Estado mexicano vuelve a tener voz y mando en lo que nunca debió dejarse al vaivén del negocio privado.
La obra no es pareja: en el norte, 137 líneas y 247 subestaciones encenderán la vida de seis millones de hogares; en el centro, 181 estaciones reforzarán el pulso de 8.5 millones de familias; en el sur, 48 líneas llevarán electricidad a un millón de casas en Veracruz, Oaxaca y Chiapas, allí donde la oscuridad no era sólo metáfora, sino rutina.
Podrá decirse que se trata de una inversión de infraestructura. Podrá repetirse, como lo hacen los técnicos, que habrá menos pérdidas y más eficiencia. Pero la verdad es otra: la electricidad aquí se vuelve símbolo. Es soberanía, es justicia social, es la respuesta concreta de un gobierno que no se contenta con discursos.
Claudia Sheinbaum ha hecho lo que muchos políticos evaden: poner sobre la mesa un proyecto que no busca la foto del día, sino el futuro de un país entero. Con esta inversión, México no sólo conecta cables y subestaciones; conecta regiones, conecta esperanzas, conecta su destino.
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