Por Amaury Sánchez G.
Hernán Bermúdez Requena se vendía como el sheriff de Tabasco, el hombre de botas firmes y discursos de cartón que prometían seguridad en tiempos de Adán Augusto. Hoy resulta que ese mismo sheriff terminó más cerca de Netflix que de la Secretaría de Seguridad: prófugo, con alias de narcocorrido —El Abuelo, Comandante H— y atrapado en Paraguay como si fuera turista perdido con maletas de secretos.
Su currículum es una joya: de jefe policiaco pasó a jefe de La Barredora, una franquicia criminal del CJNG. Lo persigue Interpol, lo atrapa la Senad, y en su caída arrastra hasta al sobrino metido en apuestas clandestinas. Como diría mi tía: “donde hay poder, siempre hay familia metida”.
Y aquí viene la parte jugosa: Bermúdez no fue un cualquiera, no fue un ratero de esquina. Fue el secretario de Seguridad de Tabasco, nombrado por Adán Augusto, ese mismo que después jugó a ser Secretario de Gobernación y ahora cobra como senador de la República. O sea: el pez gordo no cayó solo, alguien lo pescó y lo puso ahí para mandar.
El hombre rechazó la extradición rápida porque, claro, no le conviene llegar tan pronto a México. Prefiere el trámite largo, con café, abogados y burocracia, mientras todos aquí se muerden las uñas preguntándose: ¿abrirá la boca y hundirá a más de uno, o se quedará calladito como buen soldado del pacto de impunidad?
Para la presidenta Sheinbaum, esto es un dilema de campeonato: si muestra firmeza, queda como la mandataria que enfrenta hasta a los fantasmas de Morena; si protege a los suyos, se arriesga a que la historia la alcance con la misma sombra de la narco-política.
Lo de Bermúdez no es anécdota, es retrato: en México, demasiados funcionarios cambian la placa por la pistola, la oficina por la guarida, el uniforme por el alias. Y cada captura nos recuerda la misma amarga verdad: la línea entre el Estado y el crimen no es frontera, es pasarela.
Ahora el “comandante de las mil vidas” espera su extradición en Paraguay. Que venga, que regrese, que cuente lo que sabe. Porque si algo falta en este país no son capos, sino políticos dispuestos a mirarse en el espejo de sus propios monstruos.
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