Por Amaury Sánchez
En el corazón de Jalisco, donde las tierras agaveras han sido por generaciones el sustento de familias enteras, se libra hoy una batalla silenciosa pero trascendental para el futuro de la industria tequilera. La regulación de la compra de agave ha dejado al descubierto una brecha preocupante: de los 42,500 productores que cultivan esta planta emblemática, solo 5,840 están debidamente registrados ante la Cámara de la Industria Tequilera y el Consejo Regulador del Tequila. Este desfase amenaza no solo la estabilidad económica de miles de pequeños productores, sino también la calidad y prestigio del tequila, símbolo de identidad nacional.
Sin embargo, en medio de la incertidumbre, ha emergido una figura cuya determinación y sentido de justicia están marcando la diferencia: el Licenciado Alfredo Porras Domínguez, delegado federal de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER) en Jalisco. Su intervención en este proceso ha sido un punto de inflexión para la industria y para los pequeños productores que, hasta ahora, habían sido relegados a los márgenes de la economía formal.
El acuerdo que hoy se cierne sobre la industria establece que solo se comprará agave maduro de 6 años a los productores registrados que cumplan con los estándares de calidad. Esta medida busca estabilizar el mercado y proteger la denominación de origen del tequila. Pero el verdadero mérito de este acuerdo radica en el compromiso explícito del Lic. Porras Domínguez de dar prioridad a los pequeños productores. Frente a la amenaza de que el mercado termine en manos de unos cuantos grandes industriales, Porras ha dejado claro que la justicia y la equidad serán principios rectores en la implementación de estas políticas.
El delegado federal ha comprendido que el problema no es solo económico, sino también estructural y social. Ha asumido la responsabilidad de facilitar el registro de los productores que hoy permanecen fuera del sistema, garantizando que los pequeños agricultores puedan acceder a los beneficios de la regulación. La apertura de mecanismos de transparencia y trazabilidad será una herramienta para evitar las distorsiones del mercado y garantizar que el precio del agave refleje su verdadero valor, sin las manipulaciones que históricamente han castigado a los productores más vulnerables.
Pero el trabajo de Alfredo Porras Domínguez va más allá de la regulación; su visión implica una reconfiguración del modelo agrícola en torno al agave. Fomentar la capacitación, la adopción de mejores prácticas agrícolas y el acceso a financiamiento serán pilares fundamentales para que los pequeños productores no solo sobrevivan, sino que prosperen en un mercado cada vez más competitivo.
Porras ha entendido que la defensa de la industria tequilera no se limita a proteger una denominación de origen o a garantizar la calidad de un producto; es también una cuestión de justicia social y de soberanía económica. Al poner a los pequeños productores en el centro de la estrategia, está rescatando el verdadero espíritu del tequila: una bebida que no solo representa el trabajo de la tierra, sino también la dignidad de quienes la cultivan.
En tiempos donde las decisiones políticas suelen favorecer a los actores más poderosos, el compromiso de Alfredo Porras Domínguez con los pequeños productores es un acto de valentía y coherencia. La historia del tequila no la escriben las grandes corporaciones ni los mercados internacionales; la escriben las manos curtidas de los agricultores que, con cada cosecha, sostienen la identidad de una nación. Hoy, gracias a la firmeza y visión de Porras, esas manos tienen una oportunidad real de recibir el reconocimiento y la recompensa que merecen.
El futuro del agave y del tequila está en juego, pero si algo queda claro es que, con líderes como Alfredo Porras Domínguez, los pequeños productores ya no están solos. La defensa de la tierra y de quienes la trabajan ha encontrado una voz firme y decidida, y esa voz está resonando con fuerza en las tierras azules de Jalisco.
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