A Fondo Jalisco
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Jaime García Medina La Aldea

Los estamos viendo- De Rubén Figueroa en Aguas Blancas a Enrique Alfaro en Guadalajara y la lluvia de tontos

A propósito de los disparates que abundan hoy día, de la lluvia torrencial de tontos que hablan solo porque Dios los dotó de boca y quizá porque se hicieron de un teléfono inteligente, es necesario reparar en dos cosas que ya contempla la legislación mexicana: 1.- Que existe en tesis de la Suprema Corte “el intento de lograr la impunidad de las autoridades que actúan dentro de una cultura del engaño, de la maquinación y del ocultamiento” y 2.- que están prohibidas las desapariciones forzadas, la tortura y los palos.

Primero me referiré a los tontos que están bien analizados. Lo mismo en libros como el Manual del Perfecto Idiota, que en artículos famosos como el de Noel Álvarez en El Universal intitulado El mundo de los idiotas. Explica el autor que “El concepto de “idiota” nació en la antigua Grecia para describir a las personas egoístas que se desentendían de los asuntos públicos. Después vinieron los añadidos peyorativos, la torpeza y escasez de entendimiento, porque quien descuida su papel en lo común debe presumir que alguien actuará en su lugar y por lo general, lo hará en contra de sus intereses, por lo tanto y es bueno recalcarlo, no existe ineptitud mayor. También es cierto que, las evidencias del masivo ascenso de los nuevos idiotas en los asuntos públicos son abrumadoras”.

 Bueno, me he topado con dichos de perfectos idiotas descritos por Facundo Cabral: el optimista que cree que no es idiota; el esférico -idiota por los cuatro costados-, el fosforescente -hasta de noche se ve que ahí viene uno de ellos- el de referencia -cuando hallan a alguien lo ubican junto al idiota de gris-. Bueno esos dicen defender -como si se pudiera- a los gobernantes sátrapas pregonando que hicieron bien en azotar manifestantes porque cometieron desmanes para reclamar otros desmanes.

 Si fueran abogados -por ejemplo- sabrían que en México nadie es culpable hasta que en un juicio hecho y derecho se demuestre y se emita sentencia. Y en todo caso, si alguien es hallado en flagrancia, solo un juez podrá imponerle un castigo. Pero mire usted, detener y apalear a alguien antes que haya una manifestación, antes que un delito exista, solo se le ocurre sugerirlo a un asesor sudamericano que anda en Jalisco, y solo se le ocurre hacerlo a un represor como hay en Jalisco.

 Planteo lo siguiente: el 12 de marzo de 1996, casi 9 meses después de que ordenara la matanza de miembros de la Organización Campesina de la Sierra del Sur -todos en Guerrero saben el estilo de lucha de quienes la dirigieron, pero ese no es tema- en el vado de Aguas Blancas, en el conflictivo Atoyac de Álvarez, el temible gobernador Rubén Figueroa Alcocer dejó su cargo. Era amigo y compadre del presidente Ernesto Zedillo pero no pudo ser defendido. Le mandaron a la Suprema Corte a investigarlo y renunció antes de su tercer año de mandato.

 Y recio, recio, Rubén Figueroa. No Enrique Alfaro. Así es que midió mal el gobernador de Jalisco. La Constitución dice, “Artículo 22. Quedan prohibidas las penas de muerte, de mutilación, de infamia, la marca, los azotes, los palos, el tormento de cualquier especie…”

 La CNDH también establece en la descripción de Derecho a la integridad y seguridad personales: “Toda persona tiene el derecho a que el Estado respete su integridad física, moral y psíquica. La Constitución prohíbe las penas de muerte, de mutilación, de infamia, la marca, los azotes, los palos, el tormento de cualquier especie, la multa excesiva, la confiscación de bienes y cualesquiera otras penas inusitadas y trascendentales.

“Existe una protección especial de este derecho en la prohibición de infligir tortura o malos tratos, tratos crueles, inhumanos o degradantes”.

 Aunque los muchachos -que no todos, suponer eso es lo más idiota que he oído- hayan cometido desmanes. Para eso existe un Código Penal y un Poder Judicial.

 Alfaro se equivocó y llueven los idiotas que lo quieren ayudar. Pero al gobernador lo están cocinando en CDMX a fuego lento.

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