Por Amaury Sánchez
Por fin, alguien les echó agua bendita a los “molinos” del acero, esos fantasmas burocráticos que existían solo en el papel… como los amigos imaginarios de Hacienda.
Resulta que el secretario de Economía, Marcelo Ebrard—ese Don Quijote con corbata y gafas de tecnócrata ilustrado—salió con su lanza a recorrer los registros de la industria siderúrgica, y ¿qué creen? Se topó con más de mil molinos… ¡que no existen! Ni en Suiza, ni en China, ni en Tumbuctú. Eran molinos de aire, de humo… de evasión fiscal.
Marcelo, en modo Sherlock Holmes con cédula profesional, siguió la pista de los aranceles evadidos, las triangulaciones misteriosas y los recibos de compra firmados por “El Chupacabras, S.A. de C.V.”. Y claro, no se fue solo: la presidenta Claudia Sheinbaum, que ya trae el casco de ingeniera bien puesto, le dijo: “Marcelo, ponte abusado, que aquí nos están viendo la cara de acero inoxidable”.
Y vaya que se pusieron abusados.
Con la cancelación de mil 62 registros fantasmas, México dejó de ser Disneylandia para importadores tramposos. Porque antes, cualquier gandalla podía meter acero a precio de oferta de tienda de remate, declarando que venía de la planta “Acero & Mística Ltd.” en alguna isla del Caribe que ni aparece en Google Maps. Así, mientras los obreros mexicanos picaban piedra (literal y figuradamente), los fantasmas cobraban utilidades.
Pero se acabó la pachanga.
Lo que está haciendo el gobierno, en cristiano, es poner orden. Así como lo hizo con los textiles y zapatos chinos, que llegaban en costales y salían en catálogos de lujo, ahora se van contra los abusos en la industria pesada. Y no es por ser malpensado, pero cuando uno ve que alguien importa acero y declara que le costó menos que un six de cerveza, pues algo huele a corrupción… o a locura.
Además, esta jugada tiene doble filo, como espada templada en Tlalnepantla: por un lado, protege a la industria nacional y al empleo local; por otro, le manda a Trump (ese Santa Claus de los aranceles) un mensaje: “aquí sí sabemos limpiar la casa”.
Eso sí, no faltará quien diga que esto es proteccionismo. ¡Claro que lo es! Pero es el proteccionismo bien entendido: no para cerrar el país, sino para que los tramposos no se pasen de lanza. Porque si México va a competir, que sea parejo, no contra empresas de papel y molinos invisibles.
Así que mis respetos a Claudia y Marcelo. A la primera por encargar la revisión con bisturí y sin miedo, y al segundo por tener el temple para decirles a más de mil “empresas” que ya se les acabó el milagro.
Ahora solo falta que revisen si también hay fantasmas en otras industrias… porque ya con decir “molino irregular” dan ganas de pedir una limpia.
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