Opinión
Las sociedades modernas son cada vez más, y con mayor definición, sociedades de la información. Aquella clásica definición de los factores de producción en una economía [tierra, capital y trabajo] ha experimentado un viraje histórico de la mayor relevancia en nuestros días: en el siglo XXI, el conocimiento, la tecnología y la información son, por antonomasia, la materia prima con la que trabajan las economías más prósperas. En la vida pública, tomadores de decisiones ex ante [procesos electores] y ex post [en el gobierno], al hecho de asumir una responsabilidad constitucional y/o gubernamental, hacen uso de mecanismos que intentan deducir información de sociedades cada vez más complejas: encuestas, sondeos de opinión, focus group, poll of polls, referéndums, plebiscitos, son paradigmáticos botones de muestra de lo anterior. Vamos, la gobernación y la transparencia, los dos conceptos de mayor importancia en el debate público, posterior a la Caída del Muro de Berlín, no podrían explicarse y robustecer, sin un flujo democrático y prístino de la información. Inversionistas y el capital financiero, trabajan con los datos proporcionados por calificadoras crediticias y lo que se denomina como ‘riesgo país’. El periodismo y los informativos, es decir, los medios de comunicación, no son ajenos a este particular contexto.
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