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Gabriel Torres Espinoza La Aldea

Salarios de hambre

Gabriel Torres Espinoza 

El salario mínimo es un tema de debate, que suscita efervescencia tanto en economías desarrolladas como en aquellas en vías de desarrollo. El aumento al salario mínimo en nuestro país crecerá, en 2020, en un 39.4% con relación al establecido en 2018. Un aumento exponencial impensable hace algún par de años. A efectos de dimensionar lo anterior, conviene destacar que de 2000 a 2015, en un periodo de 15 años, el aumento al salario mínimo fue de apenas 79.4%. 

Los paupérrimos, raquíticos y pírricos aumentos al salario mínimo en las últimas décadas propiciaron que México se estancara en este fundamental indicador, para tener uno de los más bajos en el Orbe y el segundo más indigno de la Región [tan sólo por encima del decretado en Venezuela]. De acuerdo a Statista, el salario mínimo en dólares estadounidenses en 2019, fue de 462.3 en Uruguay, quien lidera la tabla; para seguirle en línea descendente en el ‘top 5’: Chile, con 431.7; Ecuador, con 394; Paraguay, con 355.6; y Bolivia, con 298. México, en 2019, registra un salario mínimo mensual de apenas 156.9 dólares estadounidenses, y Venezuela de apenas 7 dólares. Aun así, nuestro salario mínimo se encuentra muy por debajo del fijado en Colombia, con 254.7 dólares; en Brasil, con 257.3; o en Argentina, con 297.9 tantos. Por si lo anterior fuera poco, la ‘masa salarial’ con respecto al PIB en nuestro país se encuentra muy por debajo de lo registrado en la mayoría de los países latinoamericanos, para representar apenas el 26.08% en nuestra nación. De esta manera, la ‘masa salarial’ de Guatemala y Cuba tiene un porcentaje cercano al 40% del PIB, en Honduras representa el 65% del PIB, mientras que en Nicaragua el porcentaje asciende al 60%; y en Bolivia al55% del PIB. Esto quiere decir que la actividad productiva sólo resulta buen negocio para los dueños del capital, por sus utilidades, pero a costa de pagar ‘salarios de hambre’ a los trabajadores. Esto no podía seguir así. 

De acuerdo a la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) 2019, del INEGI, correspondiente al Tercer Trimestre, el 19.8% de la Población Económicamente Activa (PEA) [incluye economía formal e informal] gana hasta 1 salario mínimo o menos [3,121 pesos mensuales o menos]. El 31.7% entre 1 y 2 salarios mínimos [de 3,121 a 6,243 pesos mensuales]. El 18.2% entre 2 y 3 salarios mínimos [de 6,243 a 9,364 pesos mensuales]. El 8.3% entre 3 y 5 salarios mínimos [9,364 a 15,607 pesos mensuales]. El 3.2% gana más de 5 salarios mínimos [más de 15,607 pesos mensuales]. El 6.3% no recibe ingresos por su trabajo. 

Si bien es cierto, esto tendría efectos directamente proporcionales únicamente sobre los empleos formales que ganan hasta un salario mínimo, este aumento tendría también repercusiones en los demás salarios que se encuentran por encima del mínimo, a través de lo que lo economistas denominan como ‘efecto faro’: al encarecerse el salario mínimo en la economía formal, en la economía informal se exige mayor remuneración teniendo como referencia el mínimo decretado; y en la economía formal, tiene un efecto replicador en los demás salarios. Nadie que trabaja jornadas completas, debería vivir en la pobreza; un asunto de sentido común.

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