Por Amaury Sánchez
En un país donde los funcionarios suelen estar más cerca del escritorio que del territorio, encontrar a uno que sepa, camine y escuche es casi una rareza. Por eso sorprendió —y agradó— la unanimidad con la que todos los expresidentes del Colegio de Economistas de Jalisco felicitaron al Licenciado Alfredo Porras Domínguez, delegado federal de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER) en Jalisco, durante una reunión que marcó un hecho inédito: es la primera vez que un delegado federal de SADER se sienta formalmente a dialogar con este colegio profesional.
El dato no es menor. En décadas de trabajo institucional, los economistas jaliscienses jamás habían tenido un acercamiento directo con la representación federal del campo. Y no por falta de voluntad, sino por la habitual desconexión entre quienes diseñan las políticas desde la Ciudad de México y quienes conocen la realidad productiva desde el territorio. Que esta reunión haya ocurrido, y que haya sido franca, técnica y respetuosa, ya es en sí mismo un cambio de rumbo.
Más allá del protocolo, lo que se vivió ahí fue un reconocimiento poco común. Los economistas —acostumbrados al análisis riguroso, no a las cortesías vacías— destacaron no solo el conocimiento técnico que Porras tiene sobre los grandes problemas del campo jalisciense, sino también su involucramiento directo. Porque el delegado no se ha quedado en el escritorio: ha recorrido municipios, ha dialogado con productores, ha puesto atención a las realidades rurales más allá del discurso.
La intención de este encuentro fue construir un puente entre la experiencia técnica del Colegio y la gestión pública federal. Pero lo que se evidenció fue algo más profundo: una posibilidad de colaboración institucional seria, con terreno fértil y voluntad mutua. Los economistas ofrecieron herramientas cruciales —análisis de rentabilidad, impacto social, financiamiento, competitividad— y encontraron en Porras un interlocutor informado, receptivo y comprometido.
No es exagerado decir que este encuentro podría ser un parteaguas. Porque el campo no necesita más discursos, sino decisiones bien fundamentadas. No necesita más improvisación, sino planeación. Y sobre todo, necesita funcionarios que, como Alfredo Porras, no solo sepan hablar de la milpa, sino que también se atrevan a caminarla.
Si este diálogo se convierte en una relación de trabajo constante, estaríamos ante una oportunidad real de transformar el campo jalisciense. Y sería justo decir que esa transformación comenzó, simbólicamente, el día en que un delegado federal de SADER —por primera vez— decidió escuchar a los economistas.
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