Por Amaury Sánchez
¡Ah, la política mexicana! Ese noble arte donde la única constante es el cambio… de puesto. Y hablando de cambios estratégicos, hablemos de Katia Meave Ferniza, que ha pasado de recorrer las tierras cálidas de Campeche a instalarse en el corazón de Jalisco como Delegada de Programas para el Desarrollo. Porque en este país, si algo funciona bien, es el sistema de traslados gubernamentales —la versión política del “lo mismo pero en diferente lugar”.
Doña Katia ya había probado suerte en Campeche, donde se le vio recorriendo comunidades, escuchando a los pobladores y —como buen político— prometiendo soluciones. Que si el agua en Boca Chica, que si las calles en Lagón Dulce… Ya saben, ese tipo de compromisos que quedan perfectos en el discurso y un poco menos en la práctica. Pero algo debió haber hecho bien, porque la subieron de categoría y la mandaron a Jalisco, donde las cosas son a otro nivel: más tequila, más mariachi y, claro, más problemas que resolver.
Y es que administrar programas sociales en México es como jugar al Tetris en modo difícil: tienes que acomodar los apoyos, los beneficiarios y las fechas de pago antes de que todo se te venga abajo. Katia ha tenido que enfrentarse a filas interminables en los Bancos del Bienestar —esos donde las colas son más largas que las mañaneras—, y no le ha quedado más remedio que pedirle a la gente que use otros cajeros automáticos. Eso sí, sin decirles que las comisiones bancarias son más dolorosas que una canción de José Alfredo.
En su nuevo encargo, Meave ha seguido fiel al manual del político mexicano: fotos con adultos mayores, sonrisas amplias y discursos sobre cómo los programas sociales están cambiando vidas. Y, para ser justos, algo de eso es cierto. Al menos en noviembre de 2024, 51 mil mujeres de entre 63 y 64 años ya estaban recibiendo apoyos del Bienestar, y la meta es llegar a 61 mil. Lo que no sabemos es si el resto de las beneficiarias están en lista de espera o todavía buscando lugar en la fila.
Pero Katia no está sola en esta aventura política. Su hermano, Alejandro Meave Ferniza, también tiene un buen asiento en la administración pública, trabajando directamente en la Oficina de la Presidencia de la República. Porque claro, en política, la familia que cobra unida, permanece unida.
Así que ahí la tienen: Katia Meave, la dama del Bienestar, equilibrando las expectativas sociales y las realidades administrativas con la gracia de una funambulista en pleno acto. Y mientras en Jalisco le siguen los pasos —y las colas para cobrar los apoyos—, uno no puede evitar preguntarse: ¿qué sigue para Katia? ¿Una Secretaría federal? ¿Una gubernatura? ¿O quizás una maestría en manejo de crisis bancarias? Sólo el tiempo y las elecciones lo dirán.
Mientras tanto, Katia sigue recorriendo el camino del Bienestar, con la esperanza de que, al final del día, al menos alguien salga beneficiado. Y si no, siempre queda la opción de otra mudanza política. Que aquí, el que no cambia de puesto, es porque ya llegó al tope… o porque le quitaron la silla.
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